sábado, 11 de junio de 2011

Un curioso y tonto experimento

Hoy me he levantado creativo, puede que demasiado. Debe de ser porque ayer me acosté más o menos tarde y hoy, posiblemente debido a la voluntad divina, me he despertado muy pronto sin necesidad de un despertador. Que me haya despertado creativo no quiere decir que me haya despertado trabajador, porque el día no me ha cundido nada, y debería haber estudiado.

Dentro de mi creatividad de hoy, he probado un experimento, que iba sobre la curiosidad y lo imbéciles que somos en muchas ocasiones. Cuando estaban peleando/jugando/haciendo-tonterías mis dos hermanos y mis padres en el cuarto de éstos últimos he escrito en un pañuelo de papel:

"Tonto quien lo lea."

Lo curioso es que se lo he dado a mi padre, y en el momento en que mi padre lo ha leído y se ha reído mi hermano ha saltado a por el pañuelo. Entonces se ha formado una batalla campal por sostener el pañuelo, mi padre lo tenía, mi hermano luchaba por saber qué era, y mi hermana le pegaba a mi hermano aunque seguramente no sabía que había un papel de por medio. Cuando han parado mi hermano ya lo había leído, y le ha hecho gracia, entonces mi hermana ha preguntado: "¿Y éso qué es?", mi padre se lo ha enseñado y ella también se ha reído. Entonces mi madre aparece en escena, mi padre le da el pañuelo y ella lo lee, se le queda cara de decepción (en realidad no entiendo qué esperaba encontrarse allí) y me lo intenta dar. Yo digo que lo tire, lo deja en una cómoda, y entonces lo recupero.

Lo llevo a mi cuarto y escribo un par de líneas más en el pañuelo de papel. Entonces el pañuelo queda algo más arrugado de como lo había dejado yo en un principio, y con otro texto. Ponía:

"Tonto quien lo lea,
lo has leído y lo sabes
no intentes disimularlo."

El procedimiento no iba a ser el mismo, eso es obvio. Entonces se me ha ocurrido una idea: he visto un mueblecito que se encuentra en mitad del pasillo y he decidido dejarlo ahí, como si fuera un pañuelo normal, pero con letras. Uno por uno, los miembros de mi familia han ido pasando por el pasillo, y no se daban cuenta de la existencia del pañuelito hasta que llegaban a la altura del mueble, entonces lo cogían, lo leían, se daban cuenta de lo tontos que parecían, y entonces se marchaban dejando antes el pañuelo en el mismo sitio donde lo habían dejado. Con ésto he llegado a la conclusión de que si te dicen que eres tonto, pues tú lo asumes, sin ayuda de nadie, pero también quieres que otra persona se sienta igual de tonto que tú, así no eres el único.

Tras hacerles sentir por dos veces tontos, he intentado una cosa más. He plegado el pañuelo por la mitad dejando ver solo una letra, no me acuerdo cuál era, y lo he vuelto a dejar en el mismo mueblecito. Aquí me ha sorprendido el resultado, ya que solo mi madre y mi hermana han vuelto a pasar por ese mismo sitio, pero se han parado, han cogido el pañuelo, lo han leído, y lo han vuelto a dejar en su sitio. 

Aquí el fin del experimento.

Como conclusión me atrevería a decir que, a pesar de que vemos que una y otra vez somos tontos y caemos en las mismas trampas de toda la vida, hechas por las mismas personas, siempre tenemos la esperanza de que la próxima vez no sea una trampa más, y lo volvemos a intentar.

De esperanza se vive, de trampas no.

También resulta curioso y tonto que hayas leído este experimento sabiendo lo curioso y lo tonto que es desde el título. Ah, y lo has leído, y lo sabes, no intentes disimularlo.

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