jueves, 7 de abril de 2011

La Nieve

Hace casi una semana que nos volvimos de la nieve. Nos fuimos a un apartamento que tiene mi familia en la estación de esquí de Formigal, en los pirineos aragoneses. Es un apartamento pequeño, destinado a subir a esquiar y pasar allí una semana, y eso fue lo que hicimos.

Tras 5 horas y media de viaje, donde lo único renombrable fue el puerto de montaña en el que todos nos acojonamos y la lluvia intermitente, llegamos. Eramos 4: Jon, Fer, Pat y Yoo (lo hago por preservar las 3 letras).

Allí todo es mucho mejor, parece que la nieve que ha caído no se va a ir nunca, que los problemas se hielan y al chocar con cualquier otra cosa que puedas tener en la cabeza pueden explotar en millones de fragmentos que se pierden por alguna parte. Es el mejor sitio para desconectar.



Me habría quedado mucho más tiempo allí, un par de semanas más, o incluso un mes, pero teníamos que volver. Allí también teníamos una cierta rutina, pero era una rutina que valía la pena: nos despertábamos para esquiar, comíamos para esquiar y dormíamos porque teníamos sueño, porque ya nos despertábamos y comíamos para esquiar y sino era ya mucha dedicación a una sola actividad.

Desde pequeño he viajado a los pirineos. Han habido períodos donde me gustaba mucho ir, otros donde no. Desde hace un par de años veo el ir allí como el método perfecto de evadirme de todo lo que me rodea, de salir del entorno de la ciudad, de la universidad,d e los estudios, de todo. Las cosas no son mucho más interesantes ni curiosas allí, y probablemente no encontrarás nada que pueda sorprenderte, nada de imprevistos, nada de planes a última hora, ya sabes, todo mucho más relajado. Todo mucho más grande. Todo mucho más tranquilo. No sé, me gusta mucho.

Y ya sólo faltan unos pocos meses hasta que vuelva, pero ahora sin nieve.

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